La novena edición del Festival Internacional de Jazz de Sevilla volvía a cumplir con el compromiso de traer a Sevilla músicos de la mayor proyección del jazz internacional. El gran éxito obtenido con la actuación de Miles Davis el año anterior animó a los organizadores a hacer una programación muy sustentada en artistas ya muy consagrados y que habían adquirido una gran popularidad. En esta ocasión
el protagonista absoluto fue el piano y contamos con cuatro indiscutibles figuras de este
instrumento: el canadiense Oscar Peterson, los estadounidenses Herbie Hancock y Chick
Corea y el dominicano Michel Camilo, estrellas rutilantes en el panorama jazzístico internacional en un momento en que este género seguía de moda en Europa. Se multiplicaban los festivales, había compromiso y dinero público para la actividad cultural por parte de las instituciones y era posible contar con los mejores ya que se habían instaurado las giras de las grandes figuras del jazz en Estados Unidos dos veces al año hacia Europa, en otoño y en verano, alimentando la multitud de festivales y conciertos organizados en todos los rincones del viejo continente. El escenario volvía a ser el Palacio Municipal de Deportes y esta vez se trabajó desde el principio en su interior para intentar mejorar la calidad del sonido y evitar la excesiva resonancia, colocando lonas en los fondos que amortiguaban el retorno, trabajo para el que fue contratada una empresa que trabajaba para el Festival de Jazz de San Sebastián. El resultado fue mejor que en la anterior edición pero a pesar de ello se siguió
cuestionando la idoneidad del local para conciertos de este nivel.
La colaboración que desde el principio de las ediciones del festival e incluso anteriormente con las jornadas de jazz, se había mantenido con la Universidad de Sevilla, y que se interrumpió en la quinta edición del festival, volvió a recuperarse con la organización en los días previos al festival de dos conciertos en el patio del Rectorado en el que participaron grupos de Sevilla: una nueva formación del puertorriqueño
Ángel de Jesús, el “Latin Combo Jazz 92”, también el cuarteto de Abdu Salim,
el cuarteto de Tito Alcedo con Chano Domínguez; y la Sevilla Big Band dirigida por José
Sánchez iniciativa interesante que después lograría consolidarse en la que participaron músicos del Conservatorio Superior de Música de Sevilla y alguno de la banda municipal. Estos conciertos fueron gratuitos y volvían a ser la antesala de los conciertos internacionales que se hicieron nueve días después y supusieron, de nuevo, un escaparate importante para los músicos andaluces que seguían creciendo en
número y en calidad, pero que carecían de posibilidades reales de mostrar su trabajo al gran público, más allá de locales desperdigados por las ciudades que constituían el único vehículo de expresión con el que contaban.